La bailarina flamenca Ana Morales muestra su universo de inconformismo y lucha al público del 37º Festival Perelada | Danza Ballet 
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“En la cuerda floja” es el resultado de la búsqueda de una voz artística propia con un flamenco fragmentado y de una rotunda contemporaneidad.

El título del espléndido espectáculo que ha ofrecido hoy la bailarina catalana Ana Morales en el Festival Perelada, en el Mirador del Castell, acompañada del Bolita Trío, parece suficientemente explícito como declaración de intenciones: En la cuerda floja.

Este solo es exactamente eso, un paso por la cuerda floja, porque el público ha asistido asombrado a un ejercicio de funambulismo artístico de Ana Morales, que abandona la zona de confort, el equilibrio, la estabilidad, la seguridad, para adentrarse en caminos del baile y del flamenco no fresados, aún por explorar, en busca de una voz propia.

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Ana Morales en Peralada

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Ana Morales en el 37º Festival Peralada

La propia Ana Morales es la responsable de la dirección artística, la coreografía y la interpretación de En la Cuerda floja, pero ha contado con el bailarín y coreógrafo Roberto Oliván para la codirección escénica -también por el diseño de la escenografía- y con la inestimable aportación de José Quevedo “Bolita” para la creación y dirección musical.

Éste también interpreta la música en directo tocando la guitarra, conjuntamente con los dos miembros más del trío que lleva su nombre, Paquito González (percusión) y Pablo Martín (contrabajo), dos músicos exquisitos como el líder de la formación, que han protagonizado momentos brillantes a lo largo de la velada.

Dice Morales que necesita “nuevos estados, físicos y emocionales, para poder seguir creando y transformándome, por eso bailo” y es por eso que en este espectáculo multicapas, esta bailarina de 41 años, de Vilafranca del Penedès, a la que otorgaron el Premio Nacional de Danza de 2022, pone a prueba los límites del flamenco, las propias costuras de la danza, de su cuerpo e incluso de su espíritu.

Porque no sabe hacer otra cosa. Porque en su danza siempre recrea estados de su periplo vital, una conexión ésta, con la vida, que resulta indisociable de su lenguaje artístico. Resulta encomiable que una artista que, aunque todavía es joven, tiene una carrera tan sólida y contrastada, no se acomode y persista en la búsqueda de esa voz propia.

Se puede decir, pues, que el baile de Morales en este espectáculo, que se estrenó en la Bienal de Flamenco de Sevilla en 2020, es autobiográfico y parte de la inquietud. La propia artista se hace preguntas al respecto –incluso resuenan como una voz en off- y su baile parece aparentemente un puñado de respuestas, pero el resultado final abre indefectiblemente la puerta a otras cuestiones, quién sabe si sin respuesta.

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Ana Morales en Peralada

“¿Qué le ocurre a nuestro cuerpo y a nuestra mente cuando buscan el orden? ¿La estabilidad es una utopía? ¿Necesitamos el desequilibrio para sobrevivir?” Éstas son las cuestiones básicas, el catalizador dramático de la pieza, que la bailarina afronta, no sin experimentar una sensación de vértigo y llevar a sentirla también al público.

Viendo el espectáculo acuden desordenadamente, como un alud, las dudas. Porque, ¿y si la utopía no fuera el equilibrio, sino el desequilibrio, y por tanto éste es lo que nos hace sentir vivos?

Mantener un orden, una estabilidad, ¿es una aspiración intrínsecamente buena? ¿Es posible mantener una tesitura así en un mundo cada vez más injusto y más desigual, que nos pone a prueba continuamente y que la mayoría observamos atónitos, incapaces de reaccionar, anestesiados?

Todo esto también está en el espectáculo de Ana Morales, que se caracteriza por un tipo de baile flamenco mestizo, un flamenco fragmentado, innovador, contemporáneo, de una fuerza abrasadora, de una elegancia proverbial, que es el resultado de esta búsqueda constante de una funámbula que ha abandonado la plataforma de seguridad donde está fijado el cable, pero desconoce a qué distancia está la plataforma de seguridad del otro extremo e, incluso, si ésta existe y no estará destinada a realizar equilibrios a lo largo de toda la vida.

Morales se mueve entre las contradicciones, con batallas establecidas entre la tradición y la innovación, porque su baile flamenco es puro y atávico y el baile contemporáneo procede más de la razón, pero también de la intuición. Otra dicotomía, que también está presente en el arte de Morales: la Andalucía de sus padres y la Cataluña que es su hogar.

Dicotomías de este tipo son constantes y por tanto la lucha dialéctica no tiene fin, por lo que cada puesta en escena de En la cuerda floja es diferente. También se encuentra en esta posición el trío de músicos, que se mueve entre el jazz y el flamenco, la improvisación y la academia.

La contemporaneidad es la vía de ruptura de esta bailarina para hacer camino, que toma de la tradición sólo lo que le sirve para avanzar y expresar lo que necesita transmitir, en este caso un profundo desconcierto, una misión a la que contribuye la música del guitarrista jerezano, José Quevedo “Bolita”.

La danza y la música, ambos, siguen un camino paralelo, pero esto no evita que se ilustren mutuamente y se desconstruyan al unísono. La expresividad, la fuerza, la efervescencia de Morales tiene un efecto remarcable en el público, al que espabila y le acerca su punto de vista, su espíritu inconformista e incansable en la búsqueda de nuevos caminos, intentando que el respetable aprecie y entienda siquiera, más allá de compartirla, su tesitura.

Parece que ha conseguido lo que se proponía, si tenemos en cuenta la reacción del público que, no sólo ha aplaudido de manera espontánea en varios momentos del espectáculo, sino que ha despedido a los artistas con una intensa ovación puestos de pie.

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Cartel promocional de esta edición – © Gino Rubert

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