Madrid,

No es fácil, ni necesario, poner etiquetas a la producción de James Lee Byars, pero sí resulta sencillo identificar sus referentes (símbolos y motivos de las tradiciones orientales, sobre todo de la cultura japonesa; junto a la filosofía y la historia del arte occidental, que estudió a fondo) y también detectar su influencia en numerosos autores de generaciones posteriores a la suya -nació en 1932 en Detroit y falleció en El Cairo en 1997-, especialmente los vinculados al arte conceptual y la performance.

Lo físico y lo espiritual nutrieron por igual sus trabajos, en diversas técnicas (instalaciones, esculturas, dibujos, performances y también textos), pues el conjunto de su trayectoria la dedicó a reflexionar, desde enfoques estéticos y a la vez próximos al misticismo, en torno a la representación de la figura humana y su desmaterialización, los ciclos vitales y la noción de perfección, involucrando a menudo a los visitantes de sus exposiciones en intervenciones a gran escala o en acciones efímeras; esa relación entre artista y público fue para Lee Byars igualmente fundamental, ya que en ocasiones el espectador podía responder, con su presencia y actitud, a ciertas cuestiones que él planteaba en sus piezas, de manera más o menos explícita.

Hasta el pasado febrero, Pirelli HangarBicocca presentó en Milán su primera muestra institucional italiana en tres décadas, comisariada por Vicente Todolí, y ahora esta retrospectiva ha viajado a España, donde podrá visitarse en el Palacio de Velázquez del Retiro a iniciativa del Museo Reina Sofía. Consta de obras, en su mayoría, de gran formato, datadas entre mediados de los setenta y fines de los noventa, en las que materiales preciosos, como la seda, el pan de oro, el cristal o el mármol conviven de forma más que armónica con geometrías que podemos considerar minimalistas (prismas, esferas, pilares) y también con objetos que remiten a la teatralidad barroca, en un juego de referencias cruzadas, interculturales, que afecta tanto a las formas como al contenido.

Buena parte de las piezas reunidas en “Perfecta es la pregunta”, que así se llama esta muestra, raramente se han expuesto fuera de las colecciones y museos de los que proceden y tienen en común, como apunta el mismo título del proyecto, un sentido alegórico que el visitante ha de desvelar, y que a menudo tendrá que ver con el mencionado concepto de perfección (a una escala mucho mayor que la humana), con la conciencia de la finitud de la existencia, con la importancia de la duda como primer paso para el conocimiento y con las potencialidades del arte a la hora de dar forma a la realidad. Sus círculos, triángulos y cuadrados no son solo formas que articulan órdenes, sino fundamentalmente, y por su misma ubicuidad, símbolos de la necesaria apertura de los sentidos y de la mente hacia el cosmos y la infinitud; además, consideraba Lee Byars (que viajó en siete ocasiones a Japón en los sesenta, y no se asentó definitivamente en Estados Unidos hasta 1967) que la experiencia estética no deriva solo del mero encuentro del espectador con sus piezas, de la contemplación, sino también, y sobre todo, del hecho de que este perciba el sentido de pertenencia de las obras respecto al espacio en que se presentan. De ese conocimiento derivaba para él la belleza, que por tanto no reside en lo material y no es constante, sino que surge y se evapora continuamente.

James Lee Byars. The Thinking Field, 1992. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Thinking Field, 1992. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

La exhibición se inicia con esferas, como el centenar de esas piezas en mármol que integran The Thinking Field (1989), dispuestas horizontalmente en el suelo. Su repetición y su uniformidad suponen una vía de acercamiento para el artista americano a la citada idea de perfección; además, sus formas ovoides generan en sí mismas fuerzas de orden y de dispersión a un tiempo. Aunque sería posible acordarse de la armonía de las esferas pitagórica, Heinrich Heil, haciéndose eco de discursos del autor, encontró en estas formas -emblema, en sus palabras, de la genialidad del pensamiento humano– un homenaje a Platón y a quienes han tratado de avanzar en el conocimiento del mundo: Cien puntos en expansión representan una sección de la esfera infinita que ocupa el campo de la conciencia humana.

Tras ellas, otra esfera, esta de arenisca y pulida, tres años anterior, insiste en la búsqueda de Lee Byars de accesos artísticos hacia lo absoluto desde la simplicidad. Lleva por título The Tomb of James Lee Byars y es, nuevamente, fruto de su análisis del sentido simbólico del círculo, cuya excelencia radica, como ya formuló el mismo Platón, en la equidistancia de todos sus puntos respecto al centro. El artista vino aquí, por tanto, a concebir su tumba como un elemento completo y puro, uno más del cosmos: una esfera, que evoca por sí misma lo sagrado, en la que la ausencia de recubrimiento y la porosidad permiten atisbar el paso del tiempo. La misma forma saldrá a nuestro encuentro en The Rose Table of Perfect (1989), formada esta vez por 3.333 rosas rojas cuya apariencia, evidentemente, cambiará en los meses en que permanezca en el Palacio: se irán marchitando hasta secarse, lo que acentuará el contraste entre su fugacidad y el significado simbólico, permanente, de la forma que generan, esa esfera. El número de flores utilizadas, como podéis suponer, no es casual: hace referencia a la numerología de la Cábala, del mismo modo que el empleo de rosas rojas, y no de otro color, alude a los múltiples sentidos que les hemos dado, del amor al dolor o la muerte.

James Lee Byars. The Tomb of James Lee Byars, 1986. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Tomb of James Lee Byars, 1986. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Rose Table of Perfect, 1989. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Rose Table of Perfect, 1989. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Otros elementos constantes en la producción de Lee Byars, sobre todo en sus trabajos sobre papel y esculturas, son el planeta Venus (o Eros), la luna y las estrellas. Aquí aparecen en sutiles piezas elaboradas con lápiz dorado sobre papel japonés; a Eros, por cierto, no habremos de interpretarlo como dios del amor, sino como creador del cosmos, en un sentido, otra vez, platónico; como fuerza que ha de ser dominada para que nos conduzca hacia la pureza, la verdad y la perfección.

Lee Byars también juega con la transparencia y con la comunicación entre diferentes áreas espaciales. The Hole for Speech (1981) consta de una lámina circular de cristal con un agujero en su centro, ribeteado con pan de oro; la primera vez que se expuso, el artista realizó una acción por la que se colocaba detrás de ese panel, entonces envuelto en telas negras, e invitaba al público a contarle su idea personal de perfección por ese agujero dorado, en sus palabras, un ojo de aguja para los pensamientos. En su actual versión, sin recubrimiento, el espectador puede aislarse a un lado de la pieza sin dejar de ser claramente visible, dedicando quizá un tiempo al autoconocimiento tras esa máscara de cristal; en vida del artista, y en sus acciones, se pedía al público que, tapándose los ojos para concentrarse mejor, respondiera a preguntas planteadas por Byars a través de ese agujero.

James Lee Byars. The Hole for Speech, 1981. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Hole for Speech, 1981. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

La zona central de la exhibición la ocupan sus 12 vitrinas doradas: cada una alberga esculturas de mármol cuyas formas remiten a estrellas, lunas, esferas… El artista las concibió como libros relativos a determinados conceptos filosóficos, pero la ausencia de palabras abre para el espectador, en su interpretación, todo tipo de posibilidades. El uso del oro suma, además, misterio; ese material no lo utilizó nunca con fines ornamentales o suntuarios, sino como referencia a lo místico e infinito.

James Lee Byars. 12 vitrinas doradas. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. 12 vitrinas doradas. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Volveremos a encontrarlo en The Golden Tower With Changing Tops (1982), un faro de buen tamaño que parece tender puentes entre cielo y tierra y que, asimismo, recuerda a algunas construcciones religiosas, como minaretes o la Torre de Babel; también en The Capital of the Golden Tower (1991), punta semiesférica de la torre dorada que, rompiendo convenciones, aquí contemplaremos mirando hacia abajo y no hacia arriba.

James Lee Byars. The Golden Tower with Changing Tops, 1982. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Golden Tower with Changing Tops, 1982. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Capital of the Golden Tower, 1991. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Capital of the Golden Tower, 1991. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

El rojo tampoco también regresará, en The Red Devil (1977), una figura esquemática planteada sobre el suelo con cuerda roja de satén que, en este caso, veremos muy próxima a su Ángel rojo de Marsella: ángeles y diablos son una dualidad muy manejada por el americano.

James Lee Byars. The Red Devil, 1977. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Red Devil, 1977. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. Ángel rojo de Marsella, 1993. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. Ángel rojo de Marsella, 1993. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Se completa esta propuesta con su, también esquemático, pero aún así figurativo, autorretrato de 1959, que llevó a cabo en Japón; The Unicorn Horn (1986), colmillo de narval envuelto en seda blanca y dispuesto sobre una mesa de madera, que remite a las leyendas que convirtieron dichos colmillos, supuestos cuernos de unicornio, en objetos muy codiciados, casi como reliquias; o sus (muy perfectas) The Figure of Question is in the room (1986) y The Door of Innocence (1986-1989), un pilar y un círculo ejecutados en mármol dorado que aluden, metafóricamente, a los lazos entre la belleza y el lenguaje hablado y al valor de la pregunta como primer paso hacia el saber. Aquí, de nuevo, la geometría simple se pone al servicio de los símbolos.

Una sala más, por último, reúne documentos, obras en papel y objetos que terminan de dar cuenta de la voluntad de Lee Byars de situar su arte al servicio del misterio, sin temer a lo críptico y sin renunciar a su personal carisma: él mismo vestía con traje dorado en muchas de sus acciones.

James Lee Byars. The Unicorn Horn, 1986. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Unicorn Horn, 1986. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
James Lee Byars. The Door of Innocence, 1986-1989. The Figure of Question is the Room, 1986
James Lee Byars. The Door of Innocence, 1986-1989. The Figure of Question is the Room, 1986. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

 

 

James Lee Byars. “Perfecta es la pregunta”

PALACIO DE VELÁZQUEZ

Parque del Retiro

Madrid

Del 10 de mayo al 1 de septiembre de 2024

 

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