Pájaros. Pau DuràDos fuentes temáticas inspiradoras de multitud de historias, que no por conocidas continúan dando frutos menos interesantes, convergen en Pájaros, la última película de Pau Durà: las amistades insospechadas y los viajes que, al margen de lo lejos que nos lleven físicamente respecto al punto de partida, suponen, sobre todo, una peregrinación personal, un periplo interior. Son los mimbres de un relato para todos familiar que, precisamente por común, también estamos acostumbrados a que no siempre salga bien: a que resulte demasiado previsible, poco veraz o falto de originalidad.

El cineasta alicantino, más conocido seguramente como actor televisivo que como director, asumió el reto de adoptar esos mimbres convencionales para trenzar con ellos un relato nuevo y de interés contando con dos herramientas: actores de los que no se puede esperar fallo y una trama que, si no profundiza en esa supuesta crisis reciente de la masculinidad, sí nos presenta a dos tipos que tienen en común panoramas emocionales (amorosos) complicados, una asunción de la madurez cuestionable y un evidente buen corazón.

Colombo (Javier Gutiérrez) es un empleado de aparcamiento al borde del divorcio, que no se ocupa de su hijo con demasiada regularidad y que disfruta del juego, un hombre muy hablador y, a priori, poco dado a la observación de lo pequeño; Mario (Luis Zahera), que llega a su vida de forma muy circunstancial y al que en principio no adivinaremos oficio, es extremadamente introvertido, gusta del silencio y sabe mucho de aves migratorias. Descubriremos también que, pese a sus aparentes inseguridades (se muestra incapaz de conducir pese a haber aprendido, tartamudea) cuenta con la valentía suficiente para recorrer media Europa con el fin de recuperar un amor del que no puede estar seguro, o en su defecto, de restituir a la que fue su pareja un dinero que le corresponde. Ninguno de los dos parece ser consciente de cuál es su lugar, ni siquiera de tener un sitio que ocupar, pero no tardan demasiado en darse cuenta de que se necesitan mutuamente y de que, mientras su aventura no acabe, es apoyando al otro -al que, en el fondo, apenas conocen-, donde deben estar. Confusos, quizá, a la hora de plantearse el rumbo general de su vida, sí manifiestan tener claro cuál ha de ser el rumbo del momento, sobre todo cuando las peripecias y una confianza creciente hace que los secretos dejen de serlo y la figura de Mario pase de ser un enigma a convertirse casi en un Quijote, héroe y antihéroe a la vez, perseguido por la justicia e impulsado, en parte, por un sentido muy particular de ella.

Sus lazos comienzan, en realidad, a partir de una necesidad material y mutua: Colombo necesita dinero y Mario un chófer; por eso, en los inicios de su viaje, su conversación es escasa y apenas escapa de la negociación de los términos de su trato, un acuerdo extraño. Mario disfraza su necesidad de un reencuentro y de restituir una deuda pendiente con el deseo de seguir los pasos de las grullas; cuando uno y otro sepan que es un dolor pasado el que exige su propia migración, y compartan sustancias peligrosas en Turín y tengan que cubrirse las espaldas ante idiomas y legislaciones desconocidas, esa distancia contractual quedará fulminada y sus respectivas formas de ser (reactiva y pasiva, casi rústica y casi refinada) terminarán por completarse. Ninguno de los dos le marcará el rumbo el otro y, en lo meramente práctico, ni Colombo ni Mario verán modificada su situación personal al finalizar el viaje, pero la aventura compartida no los ha dejado como estaban. Dicen que vayas donde vayas te acabas encontrando contigo mismo; quienes no se mueven solos, acaban encontrando también a los demás.

Pájaros no esconde el drama evidente de sus personajes, tan perdidos como entrañables, pero elige desarrollarse en un tono vitalista en el que la ausencia de las soluciones esperadas también acaba iluminando caminos.

Pájaros. Pau Durà

 

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