Hay placeres que nunca pasan de moda y los amantes de la literatura o de atesorar libros, pueden enumerar una larga lista de satisfacciones que este hobbie les reporta. Cuando fue anunciada la llegada del libro electrónico, los lectores se dividieron en dos bandos: aquellos que aupaban con entusiasmo los avances de la tecnología, y los que satanizaron de inmediato el dispositivo.

Hoy por hoy aún hay partidarios del libro electrónico. A pesar de que el crecimiento de esta tendencia no fue el fenómeno que se esperaba (ocurrió algo parecido con el smart watch, que aún espera su hora para gozar de la revolución que impuso la tablet en su momento), muchas personas consideran el ebook un formato más cómodo que nos libera de ciertos pesares.

El libro electrónico nos permite tener todos nuestros libros en un solo lugar, llevarlos a donde se nos antoje, sin tener que pasar por las molestias que supone ir y venir cargado de la librería, no conseguir espacio en la estantería para colocar los tomos nuevos y tener que sacudir el polvo de tanto en tanto en nuestra biblioteca.

Sin embargo, los nostálgicos saben que asimilarse al libro electrónico supone dejar de lado el contacto con las hojas y su aroma, marcar la página con lo primero que se nos venga a la mano, y prestar nuestros apreciados libros, a riesgo de que no lo devuelvan jamás.

Pero, previenen algunos expertos, el negocio del libro electrónico podría ser también una trampa para tontos. Las constantes actualizaciones de las app, la temprana caducidad a la que la tecnología empuja a los nuevos dispositivos móviles e incluso modificaciones en la interfaz, obligan a los lectores a invertir constantemente en su suscripción.

Es como pagar para entrar a tu biblioteca.

 

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