Móstoles,

Cuatro meses después de la inauguración en la Sala Alcalá 31 de “Todo lo que veo me sobrevivirá”, exhibición que podemos ver hasta el 9 de julio y que repasa la producción de Juan Muñoz en los noventa, el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles nos presenta una muestra que antecede la anterior en cuanto que analiza la obra del artista madrileño en los ochenta. Tomando como título “En la hora violeta”, en referencia a uno de los versos del poema La tierra baldía de T.S. Eliot en el que se habla de esa hora de la tarde que conduce al hogar, y devuelve a casa al marinero, y reclamando como tal el tiempo del arte, en el que las sombras simpren prevalecerían frente a la luz, profundiza por tanto esta exposición en los comienzos de la andadura como artista de Muñoz, que podemos datar en 1983, después de una intensa formación internacional y de un año dedicado al comisariado (junto a Carmen Giménez se hizo cargo, en 1982, del proyecto “Correspondencias: 5 arquitectos, 5 escultores”).

Su producción primera destaca por su rigor técnico y su reflexión conceptual, más allá de algún quiebre propio de cualquier artista novel. En Móstoles se ha recreado parcialmente la que fue su primera individual, que presentó la Galería Fernando Vijande en 1984 y que anticipa, con asombrosa coherencia, rasgos formales y temas que desarrollaría en los quince años siguientes: personajes que se relacionan desde la complejidad, arquitecturas destinadas a la vigilancia, ilusionismos relacionados con el lenguaje y reflexiones sobre las fronteras difusas entre lo real y lo ficticio. No fue aquella monográfica un éxito en ventas, pero sí lo situó entre las figuras más apreciadas por la crítica y antecedió su participación, en los años siguientes, en la sección Aperto de la Bienal de Venecia (1986) y su primera exposición en un museo (la que le brindó el CAPC de Burdeos en 1987). Llamativamente, su primera muestra institucional española tardaría casi una década más en llegar.

En un recorrido planteado en un sentido circular, nos acerca el proyecto del CA2M a su voluntad primera de recuperar la figura humana para la estatuaria desde una estética no expresionista, de experimentar con las emociones en el contexto expositivo y también de articular una reflexión sobre las posibilidades teatrales de la instalación.

Juan Muñoz. Del borrar, 1986
Juan Muñoz. Del borrar, 1986

No es Muñoz el único gran escultor que nos espera este verano en las salas de este espacio dependiente de la Comunidad de Madrid. De Adolfo Schlosser, autor austriaco establecido en España a fines de los sesenta que introdujo en nuestro país, junto a otros artistas europeos de su generación, los códigos estéticos manejados en el centro del continente, podremos contemplar su trabajo Bóveda (1992), acompañado de dibujos que realizó previamente a ella.

Poeta y escritor además de escultor, en un primer momento experimentó Schlosser con materiales como el plástico, el metacrilato, la cuerda o la goma elástica, pero no pasó mucho tiempo hasta que mostró su preferencia por los orgánicos que tomaba directamente de la naturaleza, como palos, hojas, maderas, arena o piedras. Trabajó con ellos desde parámetros teóricos próximos a las matemáticas, y desde enfoques estéticos cercanos a la abstracción, emparentando sus creaciones con los ritmos propios del paisaje.

Sus piezas (dibujos, esculturas que a veces convertía en instrumentos sonoros, instalaciones y fotografías) destacan por su rotundidad evocadora, y ese es también el rasgo fundamental de Bóveda, proyecto compuesto por troncos seccionados y verticales que quedan rodeados por tres circunferencias de piedras de cuarzo que remiten a ritos ancestrales de las culturas germanas y que pueden emparentarse, a su vez, con simbologías propias de la cultura asiática. Adelanta, por tanto, esta obra, que como dijimos ha superado los treinta años, la vocación medioambiental que es sello de muchos escultores contemporáneos y la reflexión en torno a nuestras experiencias del paisaje, absolutamente presente hoy en numerosas exposiciones.

En el caso de Schlosser, las razones del empleo de elementos de origen natural eran claras: Utilizo esa materia porque posee ya un significado propio como realidad, aún mayor que el de la obra de arte. No son materiales sino barro, árbol, rama… naturaleza, vida.

Adolfo Schlosser. Bóveda, 1992. Fotografía: Patri Nieto
Adolfo Schlosser. Bóveda, 1992. Fotografía: Patri Nieto

Junto a Muñoz y Schlosser, la tercera escultora que este mes de junio recala en el CA2M es Susana Solano, y su exhibición también nos invita a mirar hacia atrás. La primera exposición individual de esta autora barcelonesa tuvo lugar en 1980 y en su ciudad, en la Fundació Joan Miró: se trató de “Escultures i dibuixos” y reunió piezas en madera cuyos volúmenes, derivados de sus vetas, captaban de manera muy particular la luz. Rotundas y orgánicas a la vez, se complementaron en aquel montaje con lonas fruncidas y de tamaño monumental que, al emerger de la pared o colgar del techo, producían bultos y pliegues muy seductores, por sus repeticiones, interrupciones y variaciones.

Aquellas telas podemos considerar que anticiparon las estructuras minimalistas, entre introspectivas y escénicas, que Solano desarrollaría avanzados los ochenta. Inéditas desde su exhibición en Barcelona, donde solo pudieron verse durante medio mes, en Móstoles se han reunido de nuevo.

Susana Solano. Fotografía: © C. Velilla
Susana Solano. Fotografía: © C. Velilla

Proyectos escultóricos al margen, este verano también podemos contemplar en el CA2M la obra más reciente de Cristina Garrido. En “El origen de las formas” ha estudiado, partiendo de su propia experiencia, qué factores y agentes conceden validez a la obra de un autor en el sistema del arte contemporáneo, cómo funcionan los procesos de circulación de imágenes, qué relación guarda la educación artística con el mercado y qué desigualdades y ambigüedades pueblan este último.

Instalaciones, intervenciones en revistas, postales de museos, performances, fotografías o vídeos componen esta propuesta, concebida específicamente para el CA2M y derivada de una anterior exposición de Garrido, de 2021: “El mejor trabajo del mundo”. Si entonces la madrileña investigaba las circunstancias que llevaban a algunos creadores a abandonar su actividad artística, ahora ha tratado de encontrar los condicionantes que sí permiten la permanencia en esa profesión, con su propio caso como eje y deteniéndose más en anécdotas que en hitos.

Cristina Garrido. Louvre, 1992. Cortesía de la artista
Cristina Garrido. Louvre, 1992. Cortesía de la artista

 

“Juan Muñoz. En la hora violeta”

Del 17 de junio de 2023 al 7 de enero de 2024

 

Adolfo Schlosser. “Bóveda”

Susana Solano. “Con la mano 1979-1980”

Cristina Garrido. “El origen de las formas”

Del 10 de junio de 2023 al 7 de enero de 2024

 

CA2M. CENTRO DE ARTE DOS DE MAYO

Avenida Constitución, 23

Móstoles, Madrid

 

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