Dedicado a la magia, a los seres de fantasía y al escapismo, los parques Disney son uno de esos lugares en los que, al igual que en la cena de Navidad, es mejor no sacar ciertos temas como la política o la historia. A principios de los noventa, con dos exitosos parques en el país y ebrios de poder, la compañía del ratón quería precisamente lanzarse a esto de cabeza.

Disney’s America, como se iba a llamar, era una premisa tan bizarra como suena. Tomar un tema tan delicado y lleno de matices como la historia americana, convertirlo en un parque de atracciones y uno de Disney, nada menos. No era la primera vez que esto se escuchaba en el país. En los sesenta se inauguró Freedomland, un parque que ya celebraba la historia americana y cerró prematuramente, algo que quizás les debería haber servido de señal.

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Había diferencias esenciales en las propuestas, eso sí. Freedomland se apoyaba en lo castizo de su aspecto patriótico, con concursos de belleza de niñas, anuncios por todas partes de negocios locales y atracciones que prentendían simular catástrofes reales. Los planes de Disney también parecían querer apoyar el realismo, con experiencias que fueran un reflejo fidedigno del país. Pero cómo hacer eso a la vez que se mantenía el espíritu inocente y bonachón de Disney era una preocupación que todos tenían.

Fue en 1993 cuando la compañía compró terrenos en Haymarket, Virginia, para la construcción. Los planes originales hablaban de un parque de nueve áreas que representaban lugares como una villa indígena, un pueblo durante la Revolución Industrial o un fuerte de la guerra civil. Todo esto, por supuesto, habría tratado de integrar en la medida de lo posible la marca Disney. El mundo de Pocahontas era el principal candidato para vestir la zona de la villa indígena y la historia de la inmigración se habría contado con un teatro musical con teleñecos.

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El gobierno local quiso frenarle los pies a la compañía

No hace falta ser un experto en historia para entender que todo esto no pintaba muy bien, y al gobierno de la zona también empezaba a preocuparle. Fue un año más tarde, en 1994, cuando Disney lanzó un ultimatum para que aprobasen un paquete de ayudas a la construcción por 150 millones de dólares, pero estaban reticentes de dárselos. Un par de meses más tarde, rechazaron la propuesta.

Los siguientes meses supusieron una ardua batalla legal para la compañía por conseguir sacar adelante el proyecto y un intento por salvar la imagen del mismo. Aquello pasó por un cambio de nombre a ‘Disney’s Americas Celebration’. En lugar de meterse en el fangal de reinterpretar la historia americana, el parque ahora estaría centrado en representar un patriotismo más genérico, con áreas dedicadas a la democracia, la familia o la tierra.

No fue suficiente, el proceso había sacudido la confianza de la compañía con el proyecto. Peor aún, se les juntaba lo difícil que estaba siendo sacar adelante Euro Disney (la versión original de Disneyland París), por lo que en septiembre de 1994 decidieron abandonarlo por completo, dejando los terrenos por construir, y reciclando todas las ideas de atracciones que pudieron para otros parques. Solo la memoria popular es ahora recuerdo de este fracaso, ya que con los años otras compañías acabaron comprando el terreno para construir zonas residenciales.

Imágenes: Walt Disney (Arte conceptual)

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