Madrid,

Fue uno de nuestros pintores de paisaje más celebrados entre la última etapa del siglo XIX y los principios del XX, y tanto en la ciudad de Sevilla, donde nació, como en París, donde desarrolló parte de su trayectoria, cosechó Emilio Sánchez Perrier halagos por su manejo de la luz, la precisión de sus trazos y el tratamiento realista de sus vistas; sin embargo, su nombre ha quedado a la sombra desde entonces de los de Martín Rico o Mariano Fortuny, por quienes se dejó influir, además de por el naturalismo propio de la pionera Escuela francesa de Barbizon.

La primera obra de este autor en sumarse a los fondos del Museo del Prado, en 1890, fue la minuciosa pintura Febrero, con la que obtuvo una medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes, y un tiempo después, en 1908, el amigo del pintor y médico, también sevillano, Pedro Ruiz Prieto donó a la pinacoteca otras dos telas (Vista de Venecia y Paisaje de Gisors), además del dibujo Vista del castillo de Alcalá de Guadaira. De la estrecha relación entre Ruiz Prieto y Sánchez Perrier nos hablan las dedicatorias en dos de esas composiciones y el hecho de que lo retratase; es, además, muy posible que Ruiz lo atendiera a causa de una tuberculosis que al artista le acabaría trayendo la muerte en 1907, en Alhama de Granada.

La producción gráfica del andaluz con la que hoy cuenta este centro se completaría en 2019, cuando la Fundación Tatiana le donó 192 dibujos, de los que 69 se exponen ahora, en la Sala D del edificio Jerónimos, antes de su presentación el próximo otoño en el Palacio de los Golfines cacereño, sede de aquella institución.

Emilio Sánchez Perrier. Paisaje arbolado con figuras en Alcalá de Guadaíra. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Paisaje arbolado con figuras en Alcalá de Guadaíra. Museo Nacional del Prado

Nacido en 1855 y habitual del Salon de París en las últimas décadas del siglo XIX, Sánchez Perrier representó con enorme dedicación paisajes, y en menor medida escenarios rurales y urbanos, en España (sobre todo en Sevilla, Alcalá de Guadaira y Guillena), Francia, Italia (especialmente Venecia) y el norte de África (fundamentalmente Tánger); en estos últimos casos, impulsado por la demanda de imágenes venecianas y orientalistas entre el público burgués estadounidense, muy receptivo a su obra a raíz de su popularidad en Francia, donde pasaba largas temporadas. Destaca en estos trabajos la captación delicada de la luminosidad y las atmósferas y la precisión de las líneas, cuya evolución esta exposición nos permite contemplar: su comisaria, Gloria Solache, Técnico del Gabinete de Dibujos y Estampas del Prado, la ha estructurado cronológicamente, desde su etapa de formación en Sevilla y su progresiva soltura como pintor del natural en sus viajes españoles hasta esa época última trabajando en Italia y Marruecos en la que había consolidado ya una acentuada destreza sobre el papel, soporte en el que lograba desplegar efectos pictóricos.

Son de hecho varias, como la comisaria ha apuntado, las lecturas que ofrece esta muestra: la biográfica o cronológica, que nos permitirá rastrear sus avances paulatinos; la ligada a la historia de la presencia de Sánchez Perrier en el Prado, consolidada hace cuatro años, y la que tiene que ver con su dominio técnico del carboncillo, la aguada o la acuarela, técnicas todas en las que supo alcanzar un alto grado de calidad.

Imagen de la sala de exposición “Emilio Sánchez Perrier. Dibujos”. Fotografía: © Museo Nacional del Prado
Imagen de la sala de exposición “Emilio Sánchez Perrier. Dibujos”. Fotografía: © Museo Nacional del Prado

Su formación primera la recibió este dibujante en la Escuela de Bellas Artes sevillana desde fines de 1860, y también en su ciudad podría entrar en contacto en los inicios de su trayectoria con los mencionados Rico y Fortuny, con quienes podemos relacionar claramente esa obra temprana. Fue la búsqueda de entornos naturales donde poder desenvolverse al aire libre la que le llevó primero a Cazalla de la Sierra y las citadas localidades de Guillena y Alcalá de Guadaira, y después a otros pueblos de Cádiz y de Granada, donde irremediablemente también se fijó en La Alhambra y en su arquitectura monumental. Poco después, en 1878-1879, se inspiraría en paisajes aragoneses o gallegos, realizando sus composiciones en cuadernos de viaje cuyas hojas quedarían separadas y dispersas a su muerte, por lo que en algunos casos ha sido difícil averiguar localizaciones y fechas.

Inmediatamente después, desde 1880, participaría como dijimos en el Salon parisino, que le abrió muchas puertas: marchantes internacionales valoraron su realismo luminoso. En la capital francesa, además, estrechó amistad con pintores sevillanos que residían allí, como José y Luis Jiménez Aranda, y en su entorno pudo seguir los pasos de sus maestros, pintando en Barbizon, Pontoise, Fontainebleau o Poissy, y también más lejos: en las regiones norteñas de Normandía, Picardía o Bretaña. En esos mismos escenarios, hay que recordar, trabajaban también entonces los impresionistas, pero Sánchez Perrier mantuvo siempre su vocación realista; de encontrar algún punto en común entre sus inquietudes y las de Monet y sus seguidores, podríamos citar la atención al agua y sus reflejos.

Emilio Sánchez Perrier. Grupo de árboles junto al cauce de un río en Pontoise. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Grupo de árboles junto al cauce de un río en Pontoise. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Vista de un río a su paso por Pontoise. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Vista de un río a su paso por Pontoise. Museo Nacional del Prado

Sería a mediados de aquella década de los ochenta, en 1884 y 1887 y en los meses de invierno, cuando visitaría el sevillano Venecia y Tánger, cuya belleza y peculiaridades locales atraían entonces a no pocos pintores paisajistas que, como él, se adaptaban asimismo a los requerimientos de una clientela internacional que buscaba lo tenido entonces por exótico (en 1860, 1862 y 1871 se fechan, sin ir más lejos, las estancias en el norte de África de Fortuny, que tradujo en sus lienzos sus atmósferas cálidas y bohemias).

Emilio Sánchez Perrier. Encabezamiento de una carta: vista de la laguna de Venecia con la basílica de Santa Maria della Salute al fondo. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Encabezamiento de una carta: vista de la laguna de Venecia con la basílica de Santa Maria della Salute al fondo. Museo Nacional del Prado

Algunos de los dibujos venecianos que podemos ver en el Prado -no habrá problema para identificarlos porque se señala en las cartelas- encabezaban cartas que el artista dirigía a su hermano contándole sus procesos de trabajo; los de Tánger nos muestran, sobre todo, calles de la medina, la Gran Mezquita, figuras con turbante en actitudes diversas y grupos en la playa; varios de estos trabajos le servirían de cara a pinturas posteriores.

El catálogo de esta exhibición aúna, por cierto, lo artístico y lo literario: cuenta con textos de Solache, Javier Barón y con otro de Eduardo Martínez de Pisón en torno al paso del tiempo sobre los paisajes y su alteración humana.

Emilio Sánchez Perrier. Marroquí sentado, leyendo. Museo Nacional del Prado
Emilio Sánchez Perrier. Marroquí sentado, leyendo. Museo Nacional del Prado

 

 

“Emilio Sánchez Perrier (1855-1907). Dibujos”

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Paseo del Prado, s/n

Madrid

Del 16 de mayo al 30 de julio de 2023

 

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