Conocida por ser una de las mejores bailarinas clásicas de la historia y por revolucionar la imagen de la mujer en el ballet, al imponer su figura estilizada y espigada, a diferencia de los cuerpos anchos y musculosos tan habituales, Anna Pavlova inició su carrera en la danza clásica con el Teatro Mariinsky.

Luego de permanecer en esta compañía hasta los 16 años, pasó a formar parte de los Ballets Rusos, trabajando con Serguéi Diáguilev por un breve período de tiempo, para luego fundar su propia compañía, con la que se encargó de viajar más allá de las fronteras de Europa, fusionando sus grandes aptitudes para el baile con su talento como actriz.

Los ballets románticos fue uno de los géneros en los que Pavlova llegó a destacarse con más tino. En el año 1919, durante su gira por México, la bailarina rusa fue una de las primeras intérpretes de este género de danza en ejecutar el conocido Jarabe Tapatío, vistiendo incluso el traje típico de las chicas poblanas.

Su tipología física, llena de una docilidad muy grácil, la hicieron muy apropiada para interpretar personajes como Giselle. Paulatinamente la belleza y elegancia de Pavlova se fue haciendo canon en el ballet, donde se daba singular importancia a aquellas mujeres de contextura compacta y atlética.

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