Hace muchos años los Ab-anbar en Irán cumplían una misión imprescindible. Estas edificaciones eran diseñadas para el almacenamiento de agua, funcionando como un sistema de cisternas que tenía la valiosísima tarea de suministrar el vital líquido a algunas ciudades del desierto.

Estos depósitos subterráneos llegaban a alcanzar hasta los veinte metros de profundidad y estaban protegidos por una cúpula que tenía la principal función de impedir que el agua se evaporara con las altas temperaturas del desierto y que se contaminara, garantizando de esta forma su consumo.

Los ladrillos de los Ab-anbar estaban realizados con un mortero llamado sarooj, que era impermeable al agua. Un sistema de Badgir, conocidos también como cazadores de viento, mantenía el agua fresca a una temperatura que dilataba su evaporación y por lo tanto la condensación en la parte superior de la cúpula.

Tal era la importancia de los Ab-anbar que puede vérseles aún hoy en día muy cerca de algunas mezquitas. Desde luego estas cisternas ya han caído en el desuso, pero muchas de ellas se conservan como atracción turística, gracias a su enorme belleza y a su gran valor arquitectónico y cultural.

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