Málaga,

Nacido en 1890 en Filadelfia bajo el nombre de Emmanuel Radnitzky, Man Ray dio sus primeros pasos como fotógrafo autodidacta en Nueva York, en torno a la 291 Gallery que había fundado Alfred Stieglitz; allí convivió con la poeta Adon Lacroix y fue amigo de Marcel Duchamp, uno de los primeros autores en tomar conciencia de las múltiples opciones de representación que este medio podía ofrecer. En el inicio de la década de los veinte decidió instalarse en París, donde lo introdujo el propio creador de Desnudo bajando una escalera, para consolidarse allí como uno de los dinamizadores de una revolución fotográfica que fue tal tanto por su experimentación técnica como por la elección de motivos hasta entonces inéditos.

Cercano al surrealismo, ahondó junto a sus coetáneos ligados a aquella corriente en la capacidad de la fotografía para subvertir las imágenes y dotarlas de nuevas lecturas, plásticas y narrativas: sus composiciones generan metáforas y relaciones conceptuales que nacen de su atención a la extrañeza, la puesta a prueba de la moral dominante y los equívocos visuales. Otros ejes de su trabajo son la condición erótica de la mujer y los recovecos del deseo humano, que buscó explicitar, convirtiendo sus obras en terreno abonado para la subjetividad. Si tenemos que citar sus aportaciones al progreso de la foto, es obligatorio mencionar la rayografía (fotografía sin cámara, disponiendo objetos sobre una superficie fotosensible que se exponía a la luz), que alumbró en 1922, y la llamada solarización, que ideó en 1929 (procedimiento basado en la obtención de imágenes con el tono invertido total o parcialmente); también se valió de la superimpresión, la deformación intencionada y la inversión de valores para construir escenas nunca clásicas y de elevado contenido narrativo.

Man Ray. Rayograma, hacia 1921-1928 (1966). Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París
Man Ray. Rayograma, hacia 1921-1928 (1966). Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París

En el fondo, los recursos compositivos que empleó fueron reducidos (el uso de la luz con efectos dramáticos, la incorporación de gestos y posturas que aludían a una iconografía escultórica tradicional, un carácter escenográfico común a la fotografía de moda, la utilización del encuadre como artificio posterior al revelado), pero la unión de unos y otros concede a su producción una unidad visual autónoma y logra que de lugar a significados en buena medida insospechados entonces.

Además de fotógrafo, fue Ray pintor, escultor y cineasta, y como tal se codeó en Francia con André Breton, Philippe Soupault, Louis Aragon, Paul Éluard y Robert Desnos. Se decidió a abandonar la pintura animado por Picabia; desde ese momento se dedicaría a fotografiar a otros artistas y a su obra, en imágenes que le valieron un reconocimiento temprano y también el ala protectora de Jean Cocteau. Entre quienes posaron para él se encontrarían Kiki de Montparnasse, que sería su amante y modelo para Blanca y negra o El violín de Ingres, seguramente sus trabajos más difundidos, y Lee Miller, que fue asimismo su pareja y asistente y colaboró con él en la invención de la solarización.

Man Ray. El violín de Ingres, 1924. Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París
Man Ray. El violín de Ingres, 1924. Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París

En el campo de la moda también tuvo mucho que decir: lo adoraron Coco Chanel, Paul Poiret y Elsa Schiaparelli; publicó en Harper’s Bazaar, Vanity Fair o Vogue; y tuvo mucho que ver en la forja de una imagen de la moda parisina apegada a la estética surrealista, en la que la desnudez de las modelos (Meret Oppenheim fue una de ellas) venía a materializar las ideas en torno a la belleza convulsa que André Breton había volcado en L’Amour fou (1937); el poeta colaboró, por cierto, en un provocador fotolibro del americano datado el mismo año: La photographie n’est pas l’art, en el que la exaltación del erotismo y la belleza del cuerpo -femenino- era su herramienta para subrayar la rigidez achacada a la moral burguesa. Sin embargo, dejaba espacio a la paradoja: consideraba, hoy quizá diríamos que acertadamente, que la cabeza de la mujer es su retrato físico completo.

En 1940, ante el rumbo primero de la II Guerra Mundial, decidió el artista regresar a Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con Juliet Browner, quien también fue su modelo, y fotografió igualmente a actores y productores americanos y a exiliados europeos. Se trató solo de un paréntesis, porque en 1951 regresó a París, donde fallecería un cuarto de siglo más tarde; para entonces su actividad fotográfica decayó mucho, pero su reconocimiento, y las exposiciones que se le brindaron, crecieron como la espuma.

Man Ray. Joan Miró, 1932. Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París
Man Ray. Joan Miró, 1932. Colección particular, París © Man Ray 2015 Trust, VEGAP, Málaga, 2024. Fotografía: Telimage, París

Bajo el comisariado de Pierre-Yves Butzbach y Robert Rocca, una selección de sus imágenes, entre ellas varias icónicas, puede verse desde hoy en el Museo Carmen Thyssen de Málaga. El recorrido, en la Sala Noble de este centro, se articula en tres secciones: una primera dedicada a retratos de artistas y figuras de la cultura y la sociedad de su tiempo (nunca sonrientes, nunca naturales, siempre dirigidos); una segunda centrada en desnudos de sus musas y amantes y en rayogramas de formas abstractas, y una última compuesta por autorretratos que podremos ver tras una vitrina. Son cerca de sesenta las fotografías reunidas, la mayoría datadas en los años veinte y treinta y llegadas de una colección particular francesa.

Hoy situamos a Man Ray entre los pioneros de la fotografía artística, pero él siempre negó que la foto fuese arte y, en todo caso, consideró que este estaba pasado de moda, expresión que, viniendo de él, podemos interpretar como sinónimo de que algo era digno de destrucción. En lugar de teorizar sobre la creación, prefirió dedicarse, en lo posible, a la magia: a experimentos cuyo resultado final no podía vaticinar y que procedían del manejo de lo más básico y complejo a la vez, la luz y la oscuridad.

Seguramente el mejor camino para conocer mejor a Emmanuel Radnitzky es leer sus memorias, tituladas Autorretrato y publicadas en 1963: muy entretenidas, están pobladas de paradojas. Las encabeza la definición que Duchamp ofreció de su amigo: Joie jouer jouir, que podríamos traducir como Alegría juego goce.

 

“Man Ray. Fotografías selectas”

MUSEO CARMEN THYSSEN

C/ Compañía, 10

Málaga

Del 30 de enero al 21 de abril de 2024

 

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